14 mar 2022

LA BURRA PIZPIRETA

DEDICADA AL SR. EGUDALDO ZEGARRA NONAJULCA, EN CHICLAYO

Es verdad Zegarrita que al mirar esos letreros por encima de la cama más parecen placas fúnebres que anticipan la partida de quienes aún no quieren irse. Letreros escritos con tu nombre, como apurados, uno más, dos más, las cantidades que sean, listos para ser reemplazados dejando las camas para otros que aferrándose a la vida entregan todo en manos de quienes curan.
Ojalá pudiésemos alguna vez reencontrarnos, no en ese mismo lugar que aunque sagrado ya no quisiera estar; en otras condiciones sí para seguir las charlas y termines de contarme tus andanzas allá por las sierras de Piura de la mano de tu hermanita que tan temprano se fue, o tú solo desde pequeño trabajando para seguir adelante aprendiendo, batallando y con tu salud completa sin nada molestando.
Claro que hicimos una buena amistad, cuatro o cinco días en el mismo cuarto fue suficiente para que en medio del dolor, la incomodidad y el peligro nos conociésemos; yo poniéndome en tu sufrimiento y tú en el mío y esperando la buena mano del médico y la respuesta del cielo para salir triunfantes.
Esta vez le sacamos la vuelta a la vida Zegarrita porque seguimos viviendo y porque la vida se nos pasa como si ella misma quisiera matarnos, y ella misma es la que algún día nos mata.
Orgullosa está Chiclayo de tantos edificios en donde con tu brazo experto en paletas, plomadas y palanas con ladrillos y cementos han sido levantados. Así sigue, con tu mente palaneando y esculpiendo ladrillos tras ladrillos que eso a ti te gusta, hasta el cansancio, para que de noche cuando llegues a tu casa los brazos de tu esposa, señora tan bonita y admirable, te reciban, sus manos te toquen y agarren las tuyas como en el hospital lo hacía cuando iba a visitarte.
Este cuento corto de un aficionado como yo lo dedico a tu amistad y al aprecio que llegué a tenerte. Espero Zegarrita, Dn. Egudaldo, que te encuentres ya recuperado, que te hayas sanado o estés sanando, como lo estoy yo, para alegría de los tuyos, eso espero. Lanzo una plegaria al Cielo a tu nombre Zegarrita, Dn. Zegarra, Zegarrita. Algún día nos encontramos.
Un abrazo.


Entre Chiclayo y Piura,

no sé si yendo pa’yá

o viniendo pa’cá, que,

siendo igualitas,

da lo mismo

vivía una burra pizpireta,

pituca de los Altos Montes,

que gustaba aparentar su encanto, elegancia y hermosura

dando vueltas en la Plaza

seguida de su fiel pareja.

Ella adelante y el burro atrás

deslumbrando al vecindario su belleza

exigiendo al cholo de su marido

acompañarle en su raro estilo.

 

Cierta tarde acostumbrada

en el lomo del arrebatado burro

unas moscas se posaron

a cavar su pellejo descosido

y la picazón enorme

obligó a pedirle

que le rasque con sus uñas

como había prometido;

pero ella no recordaba,

sólo las moscas le espantaba

con la rama de un overo

que sujetaba muy veleta,

en la punta de su jeta.

 Y las moscas injuriosas

lo atacaban con más fuerza

y el pobre piajeno

con su respiración atascada

limitaba su rebuzno

a una cara alargada

pa’ no hacer quedar mal

a su amada apitucada

quien con la mayor elegancia

sin soltar del hocico su ramita

golpeaba su espaldita

para espantar el mosquerío

que cada vez aumentaba

y la picazón... ¡Ay!

al burro no le pasaba.

 

Entre sus orejas el burro recordaba

troncos, palos y horquetas

de su libertad en los campos

en donde sin leyes impuestas

a su espalda rasqueteaba

cuándo y dónde su voluntad ordenaba.

¡Ahora entre moscas perecidas

que prefieren su espinazo,

ay, cómo lo hubiera cambiado

por un fuerte chicotazo!

y con sus ojos suplicando

¡chola linda!

¿qué te cuesta estar rascando

la espalda de tu marido

en vez de ir caminando?


Los milagros acontecen,

después de otra vuelta dar

la espalda del animal

rozó con un algarrobo

cuyo tronco le raspó

el espinazo rajado

y el burro se olvidó

de toda galantería

y con su espalda arremetió

justo donde él quería.

 

Las moscas al espantarse

no tenían dónde ir

buscando dónde posarse

el lomo de la burrita

que pretenciosa lucía

no dudaron invadir

pa’gujerear su cuero seco

que se esforzaba en lucir

y la picazón que no aguantaba

ya no pudo resistir.

Aguaitando a su marido

lo vio tirado en el suelo,

quien sin mejor consuelo

en un baño polvoriento

hacer las moscas huir.

 

Bien arriba del algarrobo

dos bandadas de choquecos

invisibles festejando

muy de fiesta alborotados

de la cazuela mirando

a la burra pizpireta

con sus patas hacia arriba

en otro hueco escarbando

entre ramas y horquetas

su espinazo está rascando,

exagerando, que hasta polvo levantaba,

a todo ojo cegando

y el burro aprovechando

se levantó desde el suelo

y a patadas invitando

hizo levantar la burra

que, al notar sus intenciones,

patitas pa’qué te quiero

como un rayo zumbando

y el burro atrás de ella

rienda suelta a sus instintos

le quitó la pituquería

montándola rebuznando.

 

 

Mario Marcelo Saldaña Ruesta

24 de julio 2020

 

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