DEDICADA AL SR. EGUDALDO
ZEGARRA NONAJULCA, EN CHICLAYO
Es verdad Zegarrita que al mirar esos letreros por encima de la cama más
parecen placas fúnebres que anticipan la partida de quienes aún no quieren irse.
Letreros escritos con tu nombre, como apurados, uno más, dos más, las
cantidades que sean, listos para ser reemplazados dejando las camas para otros
que aferrándose a la vida entregan todo en manos de quienes curan.
Ojalá pudiésemos alguna vez reencontrarnos, no en ese mismo lugar que aunque
sagrado ya no quisiera estar; en otras condiciones sí para seguir las charlas y
termines de contarme tus andanzas allá por las sierras de Piura de la mano de
tu hermanita que tan temprano se fue, o tú solo desde pequeño trabajando para
seguir adelante aprendiendo, batallando y con tu salud completa sin nada
molestando.
Claro que hicimos una buena amistad, cuatro o cinco días en el mismo cuarto fue
suficiente para que en medio del dolor, la incomodidad y el peligro nos
conociésemos; yo poniéndome en tu sufrimiento y tú en el mío y esperando la
buena mano del médico y la respuesta del cielo para salir triunfantes.
Esta vez le sacamos la vuelta a la vida Zegarrita porque seguimos viviendo y
porque la vida se nos pasa como si ella misma quisiera matarnos, y ella misma
es la que algún día nos mata.
Orgullosa está Chiclayo de tantos edificios en donde con tu brazo experto en
paletas, plomadas y palanas con ladrillos y cementos han sido levantados. Así
sigue, con tu mente palaneando y esculpiendo ladrillos tras ladrillos que eso a
ti te gusta, hasta el cansancio, para que de noche cuando llegues a tu casa los
brazos de tu esposa, señora tan bonita y admirable, te reciban, sus manos te
toquen y agarren las tuyas como en el hospital lo hacía cuando iba a visitarte.
Este cuento corto de un aficionado como yo lo dedico a tu amistad y al aprecio
que llegué a tenerte. Espero Zegarrita, Dn. Egudaldo, que te encuentres ya
recuperado, que te hayas sanado o estés sanando, como lo estoy yo, para alegría
de los tuyos, eso espero. Lanzo una plegaria al Cielo a tu nombre Zegarrita,
Dn. Zegarra, Zegarrita. Algún día nos encontramos.
Un abrazo.
Entre Chiclayo y Piura,
no sé si yendo pa’yá
o viniendo pa’cá, que,
siendo igualitas,
da lo mismo
vivía una burra pizpireta,
pituca de los Altos Montes,
que gustaba aparentar su
encanto, elegancia y hermosura
dando vueltas en la Plaza
seguida de su fiel pareja.
Ella adelante y el burro atrás
deslumbrando al vecindario su
belleza
exigiendo al cholo de su
marido
acompañarle en su raro estilo.
Cierta tarde acostumbrada
en el lomo del arrebatado
burro
unas moscas se posaron
a cavar su pellejo descosido
y la picazón enorme
obligó a pedirle
que le rasque con sus uñas
como había prometido;
pero ella no recordaba,
sólo las moscas le espantaba
con la rama de un overo
que sujetaba muy veleta,
en la punta de su jeta.
lo atacaban con más fuerza
y el pobre piajeno
con su respiración atascada
limitaba su rebuzno
a una cara alargada
pa’ no hacer quedar mal
a su amada apitucada
quien con la mayor elegancia
sin soltar del hocico su
ramita
golpeaba su espaldita
para espantar el mosquerío
que cada vez aumentaba
y la picazón... ¡Ay!
al burro no le pasaba.
Entre sus orejas el burro
recordaba
troncos, palos y horquetas
de su libertad en los campos
en donde sin leyes impuestas
a su espalda rasqueteaba
cuándo y dónde su voluntad
ordenaba.
¡Ahora entre moscas perecidas
que prefieren su espinazo,
ay, cómo lo hubiera cambiado
por un fuerte chicotazo!
y con sus ojos suplicando
¡chola linda!
¿qué te cuesta estar rascando
la espalda de tu marido
en vez de ir caminando?
Los milagros acontecen,
después de otra vuelta dar
la espalda del animal
rozó con un algarrobo
cuyo tronco le raspó
el espinazo rajado
y el burro se olvidó
de toda galantería
y con su espalda arremetió
justo donde él quería.
Las moscas al espantarse
no tenían dónde ir
buscando dónde posarse
el lomo de la burrita
que pretenciosa lucía
no dudaron invadir
pa’gujerear su cuero seco
que se esforzaba en lucir
y la picazón que no aguantaba
ya no pudo resistir.
Aguaitando a su marido
lo vio tirado en el suelo,
quien sin mejor consuelo
en un baño polvoriento
hacer las moscas huir.
Bien arriba del algarrobo
dos bandadas de choquecos
invisibles festejando
muy de fiesta alborotados
de la cazuela mirando
a la burra pizpireta
con sus patas hacia arriba
en otro hueco escarbando
entre ramas y horquetas
su espinazo está rascando,
exagerando, que hasta polvo
levantaba,
a todo ojo cegando
y el burro aprovechando
se levantó desde el suelo
y a patadas invitando
hizo levantar la burra
que, al notar sus intenciones,
patitas pa’qué te quiero
como un rayo zumbando
y el burro atrás de ella
rienda suelta a sus instintos
le quitó la pituquería
montándola rebuznando.
Mario Marcelo Saldaña Ruesta
24 de julio 2020
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