5 oct 2024

El Yoyo

Siendo niño una de las cosas que me impresionó conocer fue el yoyo que se impuso como una moda hasta en los adultos. Recuerdo que en la Plaza de Armas de Chulucanas se presentaban a diario varios promotores de una bebida gaseosa famosa con su logo estampado en esos carretes colgantes y hacían piruetas que me dejaban de boca abierta. Y mi sueño, como el de muchos, era tener uno de ellos. Fácil, dije, sólo cinco soles que era su precio. Imaginen la palabra fácil, si el pan costaba dos por diez centavos cuánto significaba disponer cinco soles en esos tiempos. Al no tener uno de ellos cada día mi obsesión y frustración aumentaban al igual que aumentaba la cantidad de personas que lo usaban y muy difícil que alguien te lo prestase ya que era un bien excepcional y sobre todo un vicio. La vuelta al mundo, el perrito, el columpio, el caminante, el dormilón y mil cosas más eran recurrentes en mis sueños. "No alcanza pa'la leche" era la respuesta a tanta súplica. Sólo cinco soles; no, no alcanza pa'la leche. Y yo jugando ñocos solo porque todos mis amigos estaban ocupados enrollando y desenrollando pitas. Por más ralladuras en las rodillas de tantos rezos y oraciones el diablo no descansa ni deja de visitarte, como si tu habitación y tu mente no tuviesen puertas él (con minúsculas) ingresa libremente y con muchas artimañas te la oscurece para hacer el mal. En una mañana temprano con el dinero del encargo de ir a traer la leche del día, sin que mi madre se diese cuenta abrí el cajón de su mesa de noche y eché mano de un billete sobrante de 5 soles, esos que tenían la imagen de La Libertad puesta un gorro y sentada con un bastón y escudo y tan difícil al igual que 5 soles ella misma de alcanzar. Pero allá fui yo, lo tomé "prestado", con el pretexto de después lo devuelvo. Quedaba lejos el lugar de la leche, en un potrero a las afueras de la ciudad donde el trayecto siempre se hacía a pie. La sucia conciencia pesa duro que hace lentos los pasos y rápidas las malas decisiones. No puede ser, cómo voy a mentir a mi madre, qué le voy a decir, qué me dirá, qué responderé a de dónde sacaste para comprarlo. Y para ser más real la falaz mentira doblé el verde billete hasta hacerlo bien pequeñito, casi una bolita, lo lancé delante de mí e hice de cuenta que de suerte lo encontraba. Y esa sería la respuesta. Me agaché para recogerlo, regresé mis pasos corriendo hacia la tienda para comprarlo, escogí el más bonito y enrumbé nuevamente al potrero donde con bastante tiempo de retraso compré la leche de la que en el trayecto de vuelta derramé una buena cantidad por los bordes del porongo porque para llegar a casa temprano a trote en el apuro era imposible no hacerlo. Que me había tropezado fue mi respuesta por el casi medio porongo derramado, y el yoyo bien escondido en el bolsillo. "Ah, má, pero tuve una suertesasa que me encontré cinco soles tumbados en la calle y me compré este yoyo que tanto quería, 'mita...". Y sacándolo del bolsillo se lo mostré. Está bien bonito me dijo dibujando su sonrisa, "ahora te toca aprenderlo". Siéntate para que tomes tu café con leche. Después de eso yo más feliz que nunca cumplía corriendo con los mandados para que sobre tiempo y jugar con mi ilusión hecha realidad. Dichosos minutos y horas de juego en ese día, al rato recuperé a todas mis amistades, y yo feliz hasta la hora del infaltable té que como si fuésemos "lords" ingleses por costumbre también en esta hermosa ciudad se lo tomaba todos los días a las cinco de la tarde acompañado no de biscochos o galletas sino de pan o de camote "sancochao". Y como las mentiras tienen patitas cortas cuando el mandado fue "anda compra el pan" y al rato "pero de dónde pues si el billete se ha perdido todo" mi madre no tuvo necesidad de sentarse a razonar, de las patillas y a la cama me llevó, a dormir, que a las cinco de la tarde cuando las calles hervían de churres jugando era un enorme castigo para el peor mataperros, y aumentando la pena sin té, sin pan, sin camote, sin cena y sin bajarse de la cama hasta que ella lo decida por más lágrimas, llantos y gritos que ya de nada valían. Y el yoyo guardado en un lugar escondido para que yo no lo encuentre no recuerdo hasta cuándo, ahí debe estar... por siempre... quizás.