5 may 2008

HÉROE ANÓNIMO

 

"Un niño puede olvidar lo que usted dijo... pero jamás olvidará cómo lo hizo sentir" C.W.BUEHNER
Cuando tenía seis años de edad vivía en Castilla, Piura, la tierra que me vio nacer, tierra tan caliente como el oro (que es) bajo un soplete en plena fundición.Un medio día caminaba por una de sus calles cerca de mi casa, no tenía asfalto, en medio de un arenal, con el sol como única compañía, y descalzo.
En un momento mis pies quemaban tanto, insoportablemente, que llegué a llorar de dolor sin atinar a nada. Por más que alternaba un pie y el otro la tierra quemaba como si tuviera brasas; creo que las tenía. Pasaría dos o tres minutos en ese sufrimiento, llorando, hasta que unos brazos piadosos me levantaron en vilo, sus manos pasaron sobre mis plantas que aliviaron el ardor de forma inmediata y me llevaron hasta la sombra de una casa. ¡Qué alivio!
Recuerdo la silueta de esa persona, algo delgado y alto, su edad no la puedo precisar. No recuerdo qué me dijo, yo era un niño; si agradecí, o no, creo que no le interesó. Me dejó en buena sombra y continuó su camino. Llegué a casa aliviado.
Siempre recuerdo con nostalgia y agradecido de esta persona que actualmente no sé si andará por este mundo y Dios debe haber premiado o lo premie por este pequeño y aparente insignificante acontecimiento.

Este hombre ha sido uno de mis héroes anónimos.

Para uno de los cumpleaños de mi hija lo recordé más intensamente por lo siguiente: En una de las calles del centro de Moyobamba, donde ahora resido, vi a una niña pequeña, de más o menos tres años de edad, bien vestidita, pero su ropita estaba sucia. Caminaba sin rumbo por el borde de la pista en medio de mucha gente y ¡SOLA!, sin ningún cuidado. Le pregunté con quién andaba, dónde vivía y lo que me respondía era en su propio idioma, no entendí nada.
Había salido a comprar pan y hamburguesas para la fiesta de mi hija y bajo este pretexto y el de estar apurado y que no podía distraer mi tiempo no le tomé más importancia; ¡continué mi camino, dejándola de la misma forma que la había encontrado!
Luego, regresando a casa ya oscureciendo, más o menos a seis cuadras de donde la había visto, la encontré nuevamente, continuaba sola y lloraba todavía. Era mi gran oportunidad para reivindicarme con mi conciencia más gorda y pesada que yo y aliviar su carga. Pregunté a una vecina y no la conocía. Las respuestas de la niña seguía sin entender ni descifrando cada una de sus palabras.
La llevé a la comisaría. Allí no dejaron terminar mi explicación; una señora ya había reportado su desaparición. La telefonearon de inmediato. Que no me preocupe y me agradecieron. Me despedí de la niña, le hice un cariño en la cabeza y quedó llorando mientras comía un pedazo de pan con hamburguesa, del cumpleaños de mi hija, que en casa le habíamos dado. Y yo, ¡ahhhh! satisfecho.

Me pregunto si algún día ella recordará este pequeño incidente? No lo sé. Dios quiera que sí y que yo sea uno de sus héroes anónimos. En ese entonces ya estaré viejito o quizás ya no esté, aunque sí en su recuerdo y en su corazón como en el mío está hace un quinchonal de años aquella persona que me levantó en sus brazos cuando quemaban mis pies bajo el sol ardiente de mi tierra que me vio nacer.


Desde que robaron el banco de la Nación, la Nación no tiene dónde sentarse