Es el mirar de un niño
Es el buscar del viento
Es la gaviota perdida
de un sueño
Es el grito suplicante y desgarrado
Es el buscar sin encontrar;
La vaca no se acuerda de cuando era ternera
EL BURRO
Y el burro se debería acordar de cuando era pollino
LA VACA
En la casa
vecina vivía una pareja de ancianos con su “retafila” de hijos y nietos, todos
ellos mis amigos. Me invitaron para ir a su chacra un día sábado tempranito;
nunca me había despertado tan contento a las cinco de la madrugada, ese día sí
por ser un día especial.
No fueron todos,
sólo tres de los mocosos, uno más pequeño que el otro, el abuelo don José y yo,
otro mocoso; cada uno montando su burro con destino a Sol Sol, no recuerdo a cuánto
de camino de Chulucanas. En la chacra el abuelo tenía que cumplir con sus
faenas y traer las provisiones, nosotros de ayuda y más que todo de paseo.
El abuelo
montaba el burro con montura, era suyo y no lo montaba nadie más. La forma del
espinazo de la acémila y su silla de madera se amoldaban perfectamente, tantos
años ya, con las “sentaderas” y piernas chuecas del viejo como si fueran uno
solo. Nosotros a pelo; yo con bastante dificultad porque no estaba muy
acostumbrado, en cambio los otros montaban y desmontaban fácilmente.
Ya clareando el
día llegamos a la chacra. De inicio jugábamos en medio de los yucales todo
juego que en casa no nos era permitido. “Peñíscale el rabo” decían, con uno
montado encima del burro y, en vez de pellizcar, le jalaban los pelos del anca
que el animal corría hecho un torpedo. Como era sin soga no me pude asegurar,
el burro me tumbó y caí de barriga al suelo, caidaza que no dolió; no me
explico por qué, pero no dolió. El viejo lo permitía creo que a propósito para
aflojar las yucas que luego él las desarraigaba, cortaba y volvía a sembrar.
Nosotros las juntábamos y competíamos por ensacar y amarrar.
Así pasaban las
horas. Nosotros jugando y el viejo trabajando mientras tarareaba melancólico,
pero contradictoriamente alegre:
…asómate a la ventana
para que mi alma no venga,
asómate a la ventana
para que mi alma no venga;
asómate que ya viene
la luz de fresca mañana,
asómate que ya viene
la luz de fresca mañana;
las aves están dormidas
las nubes vagan perdidas,
las aves están dormidas
las nubes vagan perdidas;
y tus ventanas abiertas,
y tus ventanas abiertas,
y tus ventanas
abiertas... (*Nota: Canción muy antigua desde 1920 o antes)
El viejo no se
cansaba de cantar y repetir “Mnchachos, falta poco, de aquí nos vamos. No muy
tarde paquel tiempo nosalcance”. Hasta que de tarde, no muy tarde “paquel
tiempo nosalcance”, iniciamos el retorno a Chulucanas con todos los burros
cargados.
... ¡Qué tal solazo! Sol Sol bien merece su nombre y por
duplicado. Allí el Sol sí quema, y el doble, sobre todo de tarde y en el camino
que no hay sombra. Pero no se siente, no me explico por qué, pero no se siente.
Chulucanas era un pueblo grande, había crecido, era ciudad. Sus calles empolvadas las
recuerdo marrones, todo marrón; hasta el aire, las casas con sus paredes de
quincha, el barro, los adobes, las varas, las horquetas de algarrobos, los
petates, las arañas con sus telas, todo era marrón claro y marrón oscuro en sus
más de cien tonos diferentes. Las sogas y los burros amarrados en las puertas,
las puertas y otros burros que andaban sueltos eran marrones, igual que las
algarrobas y las pepas secas de mango que comían y los perros que los ladraban.
Algunas banderas blancas colgadas de mástiles también marrones anunciaban la
venta de comida, fiesta y chicha cremosita, medio blanca marroncita. Todo bajo
un sol que no dejaba de brillar con fuerza en medio de un infinito celeste
enemistado hacía tiempo con las nubes; y más brillantes aún que el Sol eran los
ojos de “choloque” de un “quinchonal” de "churritos" moñones de
panzas marrones que jugaban calatos en las calles.
Éramos un tropel
de a cinco con el viejo adelante que viró por otra calle. En realidad quien
viró fue el burro porque el viejo iba durmiendo muy cansado, soleado y
deshidratado a pesar que su sombrero le hacía una sombra más ancha que sus
hombros; además era la hora de su siesta que, cómo buen tallán, no perdonaba
por nada en el mundo. Y nosotros les seguíamos.
Buena la hizo el
burro que nos llevó hasta la puerta de un “piqueo” donde nos recibieron
como a reyes. Me puse muy contento porque el “chicherío” era el de Ricardina,
una señora muy amiga en la familia, hermana pienso yo, y su chicha y su comida
siempre fueron las mejores. Nunca supe por qué le decían “La Siete Argollas”;
ella lo aceptaba con cariño, “me gusta con tal que me gaste” me decía cuando yo
le preguntaba, muchas veces le gasté, pero nunca me cobró. A mí mucho me
quería, como a hijo; yo también, como a madre. Cuando era su día la gente no
cabía y se peleaban por entrar; no sería por sus hijas que eran varias, muy
alegres y bonitas todas ellas.
El viejo y su
burro eran más conocidos que caballa seca con cebolla y zarandajas; los estaban
esperando y al verlos “Don Pepito yallegao” gritaron todos adentro
armándose la jarana, ¡y qué jarana!
Otra vez el
burro por cuenta propia metió su cabeza en la entrada por el umbral de la
puerta hasta donde las alforjas le permitieron arrimando de la banca a
"Don Come y Duerme" un hombre viejo, gordo y cansado que dormía todo
el día en otro mundo esperando su próxima comida. El burro sabía que la
“Quirina”, así le decía yo, les serviría un poto de chicha más grande que
“bacenica”, llenitos que desbordaban, uno a él y otro al viejo.
“Pónles anisao comadre que así
sola no nos gusta”
dijo el viejo apeándose, todo
pretencioso; babeando igual que el burro.
Les pusieron
anisado, y el burro se la tomó todita igual que el viejo.
“¡Daleotro!”
“deéjalo, probeciito, ques
bien cabezepoollo”; dijo Ricardina
“¡Daleoootro comaaadre!”,
refunfuñó el viejo, “si tú bien que lo conoces”
Y la Quirina le puso más.
La gente miraba al burro y
gritaba:
“Sácalel veneno, Siete
Argollas”
Todo el
mundo se reía, carcajada general, no dejaban escuchar. Sólo eso ya era fiesta.
Más adentro
el viejo bailaba marineras y tonderos, y dijo cuando el nieto más grande lo
quiso jalar “yo me quedo, hijito no me jodas, yo me quedo y no me voy"
-"Pa', lagüela tevamatar, tra'güelta tevamatar"
- ¡Qué “mimporta” que la vieja
"tragüelta" me mate! ¡Me quedo, yo no voy!
Afuera el burro y su chicha y
la gente festejando.
Al final, no se cuántos potos
de chicha el burro se tomó.
Luego de llenar
la barriga ya no de “chililiques” y papayas como en la chacra sino de
comida y en la mano un pedazo de carne seca asada continuamos para casa. El
viejo se quedó y quien comandaba la tropa era el burro solo que al caminar se
balanceaba tanto por el peso de las yucas, papayas, camotes, mangos y limones
que cargaba y por la chicha que había tomado. El resto lo seguíamos en fila
india rasgando y masticando la cecina con calma “paque dure”, consumiéndola de
a poquitos y saciarme por un rato para luego querer más; todos en silencio a
veces roto por alguna risa aguda cuando se lanzaba cualquier cosa en la cabeza
del que estaba descuidado o por un profundo rebuzno de un burro antojado.
El burro del
viejo conocía de memoria el camino de regreso entre las calles, nadie le
guiaba, era él quien nos guiaba a pesar de estar borracho, porque borracho
estaba. Un poto de chicha mezclada con anisado te tumba (eso ya de grande “mian
contao”) y, si tomó de tres a cuatro de los grandes, el burro estaba más
borracho que el hipo.
Ventarrones por
aquí, polvaredas, remolinos por allá; perros por aquí, carros, camiones por
allá. Plaza de Armas, Hotel Americano, un poquito más allá, al frente,
llegamos.
El burro del viejo entró primero, nosotros atrás embalados queriendo empuñarle que nos había ganado. Ya dentro lo agarramos, lo descargamos y con sus últimos pasos lo acomodamos parado completamente inmóvil debajo de un tamarindo en medio del corral. Las cuatro piernas abiertas para no caer, su cabeza tratando de rellenar con el pensamiento todos los huecos y baches del camino recorrido, su hocico casi tocando el suelo y, burro piurano, "chulucaneño" todavía, en menos del minuto, durmiendo.
La abuela con un palo de leña en su mano al vernos preguntó:
“¿Ónstel borracho?”
“Yentró primeriiíto, en el tamariíndo”; respondí.
“Ese no”; dijo
“El viejo, mi viejo.
- ¡Nostá!
¿nonstáa?
- ¡Siaquedao!
¿siaquedáuu?
¿mi viejo siaquedáuu?
¿tragüélta?
¿tragüélta siaquedáu?”
- “Sigüelita, siaquedáo,
tragüelta, tragüelta siaquedáo”; dijo el más pequeño.
"¡TÚNOTEMETASCHURRITOEÑERDACARAJOMNCHACHOMITICHIMALEDUCAOQUIATÚNAIDESTIAPREGUNTAO...!"
y...
¡Del corral nació una diosa,
con sus brazos levantados,
en medio de un remolino
de patos y gallinas
que vuelan espantados!
¡yo la vi!
El “tschié, gua,
güelita nuechonaaada…” quedó atrás; “¡patitas paqué te quiero!”, ya el
“churritoeñerdacarajo” había salido corriendo espantado atravesando el
portón como si fuese un fantasma y el palo de leña en el aire buscando su
cabeza para caer no sé por dónde. De espantos también el burro, ¡y qué
espanto! abrió un sólo ojo, dio un par de eructos, movió las orejas y continuó
durmiendo. Un perro cojo debajo de un perol medio inclinado no sé qué hizo,
también voló. Ni un nieto quedó, solamente yo y la vieja.
“Pobre don José;
levácaer…”; susurré ¡y la abuela me escuchó! Fue allí que sentí el ardor, eran
las brasas de sus ojos quemando dentro de los míos que en vano intentaban
esconderse haciendo piruetas detrás de mi cerebro; me quedé partido en dos,
marrón pálido y petrificado igual al cerro Ñañañique detrás de la calle,
que no mueve un pelo ni cuando truena.
La señora color
de fuego brillando roja, sin apartar sus ojos de los míos, al “raato” me
sonrió, sin duda me perdonó; pude respirar.
Su voz como que plañía:
“Viejo borracho,
nla casa niabla
que parece cojú.
¡Vasa veresgraciao!
¡Pior quel viejo ñel burro,
que borracho regresa;
pero regresa!
¡Jalá fueran la misma laya,
sgraciao!
De segurostá bailando,
¡con la calzón con güecostá
bailando!
¡Pareso llevólpañuelo!
¡Jijuneta sgraciao!
¡Agora vasaver!
¡Mias pagarás!
¡Va yover!
¡Juro que vayover!
¡Por mi taita que agora yueve!
Al fondo el Sol
levantaba sus ojos estirando sus cejas para arriba sobre la línea del horizonte
queriendo ver todavía sus últimos rayos de luz naranja en el firmamento hasta
que, sin más poder, se rindió a la noche; yo también.
Y al otro día temprano,
de mi casa yo aguaitando,
la leña ardía prendida,
la abuelita cocinando,
y el viejito cerca de ella,
bien sentado y esperando.
¡Parecía “cojú”!
Y el burro medio dormido,
primerito que comía,
debajo del tamarindo,
segurito se reía,
llenándose de algarrobas,
que bien se las merecía.
¡Otro que parecía “cojú”!
¿Si le llovió al
viejo esa noche?, claro que le llovió, la abuela lo había jurado, ¡y por su
“taita”, que es sagrado! Aunque, por lo visto, ya estaban reconciliados o en proceso
todavía.
La viejita lo
miraba de reojo por un poco de atención, el viejo ni se importaba, veleto,
perdido en sus pensamientos esperaba su café bien cargado y bien caliente como
a él le gustaba y sin dejar de tararear, ahora bajito, la cantaleta ¡…y tus
ventanas abiertas, y tus ventanas abiertas…!
En su rostro
dibujaba una sonrisa que parecía “cojú”, igual que la de su burro. Pero no lo
era; igual que la de su burro, sólo parecía.
Se querían, los
dos viejos se querían; digo yo. ¿Qué más muestra de amor que la “retafila” de
hijos y nietos que tenían?, todos ellos mis amigos, ¡¡mis grandes amigos!!
¡¡Gooooooordooo, sala
jugaaaaaaar…!!
Del corral lleno
de nietos me llamaban, “yelSolyastabajuera tragüeltalumbrando y quemando, los
"churres" jugando y peleando, los patos, las “gaínas”, el perro
durmiendo y…perdón…la nostalgia me mata…no puedo continuar…, estoy
llorando...
......................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................... Este último agosto estuve en Chulucanas y di una vuelta por allí. La casa no la ubiqué. Ha cambiado toda esa cuadra, ha cambiado bastante, no habían "churres", ni corralones; peor burros. ¿Amigos? ¡Nadie, carajo, nadie! Don Pepito y su mujer, seguro al fondo en la Junín. ¿Dónde estarán? ¡Ni cómo coronarlos!
Caminé por la
Cuzco hasta casi llegar al cerro, me pareció cerca, antes eran para mí
distancias interminables, será que tenía las piernas un poco más cortas,
¡¡¡también, si ahora la calle tiene asfalto y no hay piedras, más
fácil de caminar!!! lo que me asustó porque "redepente" por un
momento pensé que habían asfaltado al Ñañañique. ¡¡¡Y hay
nubes!!! ¿Nubes?... ¡¡¡Viejo amigo!!!... ¿Viejo amigo..., al fin uno,
no te has ido, te me escondes? ¡¡¡Amigo...!!! ¡Fiel amigo...! ¿Te me
escondes tras las nubes, tras el cerro, viejo amigo compañero? ¿Enamorando
cuando puedes tras las nubes fiel amigo, enamorando a colores con las nubes
viejo amigo compañero? ¿Arrancando los colores amarillos escondidos en el suelo
de este cerro, chililique, mango verde, oro cobre, Ñañañique?
Me da un tiempo,
sale y mira, frente a frente las dos caras rutilantes, extasiadas,
encendidas y me dice: "date prisa, tanto tiempo ya ha "pasao",
se te va; la noche llega". "La noche llega", asentí. Y
agarrando mis alforjas de nostalgias di la espalda, rasgando y
masticándolas con calma, como a la cecina, pa' que duren,
consumiéndolas de a poquitos y saciarme por un rato para luego querer más.
No lo pude evitar,
ya de lejos,
muy de lejos,
de reojo
lo miré;
son sus cejas estiradas para
arriba las que veo
encima del horizonte,
enamorando con las nubes,
estampida de amores coloridos
voluptuosos,
de esas nubes voluptuosas
pespiteando con el Sol;
pespiteando con el Sol,
pespiteando con el Sol...
De reojo lo miré,
no lo pude evitar,
por encima del horizonte
de reojo lo miré,
cuando sombras galopantes de
la noche ya rodean
yo le dije hecho
el Viejo Don Pepito Pretencioso:
"Num burrito
cabalgando,
notro agosto
volveré"
MARIO MARCELO SALDAÑA RUESTA