25 oct 2011

SOLEDAD

Soledad es agua de un río
sin piedras que lleven
la voz de su canto
a otras orillas

Es el volar de un pajarito,
buscando su nido,
sin dónde posar,
llevando en su pico
la agria esperanza de nada

Es el mirar de un niño
con llanto en sus ojos,
vacías sus manos,
queriendo reir,
queriendo saltar,
gimiendo por dentro
la ausencia de amor

Es el buscar del viento
las hojas de un árbol
que cae
herido por fuego
del hombre que labra la tierra
sufriendo,
creyendo,
luchando,
bebiendo la savia del suelo
mezclada al sudor de su cuerpo

Es la gaviota perdida
en el océano inmenso
de un sueño 
sin final
que apura la hora de despertar

Es el grito suplicante y desgarrado
lanzado al cielo por una madre
ante el cuerpo inerte
del hijo amado que no responde

Es el buscar sin encontrar;
es el llorar sin merecer;
es el cantar sin sonreír;
es el amar sin cosechar;
es el morir sin percibir;
es el final, sin existir.
Escrita por Mario M Saldaña Ruesta

20 ago 2011

LA CULEBRA MALVADA




EN LA SELVA DEL PERÚ vivía una culebra hermosa y colorida, de las que no tienen veneno, que se deleitaba en asustar malvadamente a los animales silvestres mostrándoles sus dientes y dando mordidas rabiosas al vacío sacando y metiendo coléricamente su lengua en son de amenaza.

Su mayor anhelo era hacer el mal y se lamentaba por no poseer veneno como las otras para morder y matar y así satisfacer sus malvados deseos.
Cierta vez otra culebra, de aquellas venenosas, se acercó a un arroyo para calmar su sed. Antes de hacerlo depositó cuidadosamente el veneno de sus colmillos sobre una piedra lisa y limpia como tienen por costumbre las víboras en esta amazonía, que dicho sea de paso es el único lugar del mundo donde hacen esto para no beber accidentalmente junto con el agua el poderoso veneno, dicen, lo que acabaría de inmediato con sus vidas.
La culebra no venenosa pasaba por allí, y viéndola, se alegró tanto al saber que había llegado el momento más esperado en su vida. Se acercó cuidadosamente por las espaldas de la venenosa y dio un susto tan grande en ella que, despavorida, se sumergió en la corriente del arroyo olvidando su mortal veneno encima de la piedra.
¡¡HASTA QUE AL FIN; LO QUE QUERÍA!!...
Apoderándose del veneno ajeno lo colocó en sus colmillos y para entrenar, antes de su primera víctima, daba bocanadas al aire tan fuertes, iracundas y descontroladas que, por descuido, acabó mordiendo su propia lengua. El efecto mortal del veneno fue violento y agonizando la malvada apenas consiguió decir con su lengua hinchada y balbuceando:
¡Desdichada de mí! ¡Pudiendo hacer el bien con lo poco que tengo... y ser feliz!
La muerte no le concedió más tiempo para concluir su meditación.

Me lo contó un gavilán que la observaba y que se la comió; menos la cabeza.
¡Palabra de ley!


Mario Marcelo Saldaña Ruesta

12 ago 2011

¿Cochito Cochito, ni más te hablo?


"Paz es aquella dulce sensación
en medio de la guerra
contra el odio y el desamor"

(MMSR)

Recién llegado a la ciudad de Cuenca en el Ecuador allá por los años mil novecientos y tiractictac los estudiantes extranjeros que habíamos ingresado a la Universidad de Cuenca fuimos citados a censarnos o registrarnos en un cuartel del ejército por orden o disposición de un coronel médico de dicha institución. Fui y me hicieron esperar en la puerta. De adentro, un soldado, muchacho todavía, por entre las barandas dandome una moneda de un Sucre me dice: "Pana ("pata", "amigo"), por favor cómpreme una lata de pan, al frente en esa tienda". Crucé la calle y en la tienda pedí a la señora que me venda una lata de pan. Me entregó cinco o seis panes envueltos en papel de despacho. "Señora, ¿y la lata?". Es una lata, me dijo. "Esto es un papel, no una lata". Es una lata de pan "peruanito", aqui en Ecuador al Sucre se le dice "lata". El "peruanito" fue dirigido con un tono medio cachaciento, pero de buenas maneras y sonriendo. Entregué el paquete, el soldado lo abrió, me dio un pan que lo comí y me agradeció. Al rato apareció el médico coronel preguntando dónde están los estudiantes extranjeros. Yo era el único "mona" (no sé si pedir disculpas a mis amigos ecuatorianos costeños, pero "mona" en Talara donde yo vivía se dice sin importar el género a los obedientes, adulones, cumplidos en sus compromisos, responsables, a quienes hacen las tareas escolares al día y encima las presentan, mejor dicho "yo"), no había nadie más que este humilde servidor.
Me hizo entrar a una sala, conversamos, me preguntó quién era, de mis padres, mi familia, el por qué de los estudios en el Ecuador y no en el Perú y otras cosas. Le dije que estaba preocupado, un poco asustado y ansioso por saber cuál era el motivo de habernos convocado. Sólo quería conocerles y pedirles que se porten bien; pensé que iba a conocer a muchos futuros profesionales y médicos más aún; pero está solamente un futuro odontólogo y valió la pena, me dijo. Cualquier problema que tengas búscame y avísame, aquí estoy y pórtate bien. 
Durante los años de mi estadía algunas veces nos cruzamos en la calle y me saludaba como todos mis amigos: ¿Qué fue, "perucho"?
Siempre me porté bien, al menos eso creo; nunca tuve problemas serios a no ser en enero del 81 y por razones obvias el cuartel sólo de lejos. No lo busqué. Ahora qué alegría me da ver aunque pocas veces, pero ver, a los mandatarios de mi país Perú y el de mis amigos Ecuador reunidos conversando y dialogando con el fin de mejorar aún más nuestros lazos de amistad para el desarrollo común de nuestras gentes, peruanos y ecuatorianos, de mí mismo y de los míos. Ojalá que dure... y para siempre.
Perú y Ecuador, aunque de vez en cuando nos fuimos a las manos, hermanos por siempre.

EL VIEJO Y SU BURRO


                              La vaca no se acuerda de cuando era ternera

                                                      EL BURRO

       

                          Y el burro se debería acordar de cuando era pollino

                                                        LA VACA

 

En la casa vecina vivía una pareja de ancianos con su “retafila” de hijos y nietos, todos ellos mis amigos. Me invitaron para ir a su chacra un día sábado tempranito; nunca me había despertado tan contento a las cinco de la madrugada, ese día sí por ser un día especial.

No fueron todos, sólo tres de los mocosos, uno más pequeño que el otro, el abuelo don José y yo, otro mocoso; cada uno montando su burro con destino a Sol Sol, no recuerdo a cuánto de camino de Chulucanas. En la chacra el abuelo tenía que cumplir con sus faenas y traer las provisiones, nosotros de ayuda y más que todo de paseo.

El abuelo montaba el burro con montura, era suyo y no lo montaba nadie más. La forma del espinazo de la acémila y su silla de madera se amoldaban perfectamente, tantos años ya, con las “sentaderas” y piernas chuecas del viejo como si fueran uno solo. Nosotros a pelo; yo con bastante dificultad porque no estaba muy acostumbrado, en cambio los otros montaban y desmontaban fácilmente.

Ya clareando el día llegamos a la chacra. De inicio jugábamos en medio de los yucales todo juego que en casa no nos era permitido. “Peñíscale el rabo” decían, con uno montado encima del burro y, en vez de pellizcar, le jalaban los pelos del anca que el animal corría hecho un torpedo. Como era sin soga no me pude asegurar, el burro me tumbó y caí de barriga al suelo, caidaza que no dolió; no me explico por qué, pero no dolió. El viejo lo permitía creo que a propósito para aflojar las yucas que luego él las desarraigaba, cortaba y volvía a sembrar. Nosotros las juntábamos y competíamos por ensacar y amarrar.

Así pasaban las horas. Nosotros jugando y el viejo trabajando mientras tarareaba melancólico, pero contradictoriamente alegre:

 

…asómate a la ventana

para que mi alma no venga,

asómate a la ventana

para que mi alma no venga;

 

asómate que ya viene

la luz de fresca mañana,

asómate que ya viene

la luz de fresca mañana;

 

las aves están dormidas

las nubes vagan perdidas,

las aves están dormidas

las nubes vagan perdidas;

 

y tus ventanas abiertas,

y tus ventanas abiertas,

y tus ventanas abiertas...  (*Nota: Canción muy antigua desde 1920 o antes)

 

El viejo no se cansaba de cantar y repetir “Mnchachos, falta poco, de aquí nos vamos. No muy tarde paquel tiempo nosalcance”. Hasta que de tarde, no muy tarde “paquel tiempo nosalcance”, iniciamos el retorno a Chulucanas con todos los burros cargados.

          ... ¡Qué tal solazo! Sol Sol bien merece su nombre y por duplicado. Allí el Sol sí quema, y el doble, sobre todo de tarde y en el camino que no hay sombra. Pero no se siente, no me explico por qué, pero no se siente.

Chulucanas era un pueblo grande, había crecido, era ciudad. Sus calles empolvadas las recuerdo marrones, todo marrón; hasta el aire, las casas con sus paredes de quincha, el barro, los adobes, las varas, las horquetas de algarrobos, los petates, las arañas con sus telas, todo era marrón claro y marrón oscuro en sus más de cien tonos diferentes. Las sogas y los burros amarrados en las puertas, las puertas y otros burros que andaban sueltos eran marrones, igual que las algarrobas y las pepas secas de mango que comían y los perros que los ladraban. Algunas banderas blancas colgadas de mástiles también marrones anunciaban la venta de comida, fiesta y chicha cremosita, medio blanca marroncita. Todo bajo un sol que no dejaba de brillar con fuerza en medio de un infinito celeste enemistado hacía tiempo con las nubes; y más brillantes aún que el Sol eran los ojos de “choloque” de un “quinchonal” de "churritos" moñones de panzas marrones que jugaban calatos en las calles.

Éramos un tropel de a cinco con el viejo adelante que viró por otra calle. En realidad quien viró fue el burro porque el viejo iba durmiendo muy cansado, soleado y deshidratado a pesar que su sombrero le hacía una sombra más ancha que sus hombros; además era la hora de su siesta que, cómo buen tallán, no perdonaba por nada en el mundo. Y nosotros les seguíamos.

Buena la hizo el burro que nos llevó hasta la puerta de un “piqueo” donde nos recibieron  como a reyes. Me puse muy contento porque el “chicherío” era el de Ricardina, una señora muy amiga en la familia, hermana pienso yo, y su chicha y su comida siempre fueron las mejores. Nunca supe por qué le decían “La Siete Argollas”; ella lo aceptaba con cariño, “me gusta con tal que me gaste” me decía cuando yo le preguntaba, muchas veces le gasté, pero nunca me cobró. A mí mucho me quería, como a hijo; yo también, como a madre. Cuando era su día la gente no cabía y se peleaban por entrar; no sería por sus hijas que eran varias, muy alegres y bonitas todas ellas.

El viejo y su burro eran más conocidos que caballa seca con cebolla y zarandajas; los estaban esperando y al verlos “Don Pepito yallegao” gritaron todos adentro armándose la jarana, ¡y qué jarana!

 

Otra vez el burro por cuenta propia metió su cabeza en la entrada por el umbral de la puerta hasta donde las alforjas le permitieron arrimando de la banca a "Don Come y Duerme" un hombre viejo, gordo y cansado que dormía todo el día en otro mundo esperando su próxima comida. El burro sabía que la “Quirina”, así le decía yo, les serviría un poto de chicha más grande que “bacenica”, llenitos que desbordaban, uno a él y otro al viejo.

 

“Pónles anisao comadre que así sola no nos gusta”

dijo el viejo apeándose, todo pretencioso; babeando igual que el burro.

 

Les pusieron anisado, y el burro se la tomó todita igual que el viejo.

 

“¡Daleotro!”

 

“deéjalo, probeciito, ques bien cabezepoollo”; dijo Ricardina

 

“¡Daleoootro comaaadre!”, refunfuñó el viejo, “si tú bien que lo conoces”

 

Y la Quirina le puso más.

 

La gente miraba al burro y gritaba:

 

“Sácalel veneno, Siete Argollas”

 

 Todo el mundo se reía, carcajada general, no dejaban escuchar. Sólo eso ya era fiesta.

 Más adentro el viejo bailaba marineras y tonderos, y dijo cuando el nieto más grande lo quiso jalar “yo me quedo, hijito no me jodas, yo me quedo y no me voy"

-"Pa', lagüela tevamatar, tra'güelta tevamatar"

- ¡Qué “mimporta” que la vieja "tragüelta" me mate! ¡Me quedo, yo no voy!

 

Afuera el burro y su chicha y la gente festejando.

Al final, no se cuántos potos de chicha el burro se tomó.

 

Luego de llenar la barriga ya no de “chililiques” y papayas  como en la chacra sino de comida y en la mano un pedazo de carne seca asada continuamos para casa. El viejo se quedó y quien comandaba la tropa era el burro solo que al caminar se balanceaba tanto por el peso de las yucas, papayas, camotes, mangos y limones que cargaba y por la chicha que había tomado. El resto lo seguíamos en fila india rasgando y masticando la cecina con calma “paque dure”, consumiéndola de a poquitos y saciarme por un rato para luego querer más; todos en silencio a veces roto por alguna risa aguda cuando se lanzaba cualquier cosa en la cabeza del que estaba descuidado o por un profundo rebuzno de un burro antojado.

El burro del viejo conocía de memoria el camino de regreso entre las calles, nadie le guiaba, era él quien nos guiaba a pesar de estar borracho, porque borracho estaba. Un poto de chicha mezclada con anisado te tumba (eso ya de grande “mian contao”) y, si tomó de tres a cuatro de los grandes, el burro estaba más borracho que el hipo.

Ventarrones por aquí, polvaredas, remolinos por allá; perros por aquí, carros, camiones por allá. Plaza de Armas, Hotel Americano, un poquito más allá, al frente, llegamos.

El burro del viejo entró primero, nosotros atrás embalados queriendo empuñarle que nos había ganado. Ya dentro lo agarramos, lo descargamos y con sus últimos pasos lo acomodamos parado completamente inmóvil debajo de un tamarindo en medio del corral. Las cuatro piernas abiertas para no caer, su cabeza tratando de rellenar con el pensamiento todos los huecos y baches del camino recorrido, su hocico casi tocando el suelo y, burro piurano, "chulucaneño" todavía, en menos del minuto, durmiendo.

La abuela con un palo de leña en su mano al vernos preguntó:

“¿Ónstel borracho?”

“Yentró primeriiíto, en el tamariíndo”; respondí.

“Ese no”; dijo

“El viejo, mi viejo.

- ¡Nostá!

 

¿nonstáa?

 

- ¡Siaquedao!

 

¿siaquedáuu?

¿mi viejo siaquedáuu?

¿tragüélta?

¿tragüélta siaquedáu?”

 

- “Sigüelita, siaquedáo, tragüelta, tragüelta siaquedáo”; dijo el más pequeño.

 

"¡TÚNOTEMETASCHURRITOEÑERDACARAJOMNCHACHOMITICHIMALEDUCAOQUIATÚNAIDESTIAPREGUNTAO...!"

 

y...

¡Del corral nació una diosa,

con sus brazos levantados,

en medio de un remolino

de patos y gallinas

que vuelan espantados!

 

¡yo la vi!

 

El “tschié, gua, güelita nuechonaaada…” quedó atrás; “¡patitas paqué te quiero!”, ya el “churritoeñerdacarajo” había salido corriendo espantado atravesando el portón como si fuese un fantasma y el palo de leña en el aire buscando su cabeza para caer no sé por dónde. De espantos también el burro, ¡y qué espanto! abrió un sólo ojo, dio un par de eructos, movió las orejas y continuó durmiendo. Un perro cojo debajo de un perol medio inclinado no sé qué hizo, también voló. Ni un nieto quedó, solamente yo y la vieja.

“Pobre don José; levácaer…”; susurré ¡y la abuela me escuchó! Fue allí que sentí el ardor, eran las brasas de sus ojos quemando dentro de los míos que en vano intentaban esconderse haciendo piruetas detrás de mi cerebro; me quedé partido en dos, marrón pálido y petrificado igual al cerro Ñañañique detrás de la calle, que no mueve un pelo ni cuando truena.

La señora color de fuego brillando roja, sin apartar sus ojos de los míos, al “raato” me sonrió, sin duda me perdonó; pude respirar.

Su voz como que plañía:

 

“Viejo borracho,

nla casa niabla

que parece cojú.

 

¡Vasa veresgraciao!

 

¡Pior quel viejo ñel burro,

que borracho regresa;

pero regresa!

 

¡Jalá fueran la misma laya, sgraciao!

 

De segurostá bailando,

¡con la calzón con güecostá bailando!

¡Pareso llevólpañuelo!

 

¡Jijuneta sgraciao!

¡Agora vasaver!

¡Mias pagarás!

 

¡Va yover!

¡Juro que vayover!

¡Por mi taita que agora yueve!

 

Al fondo el Sol levantaba sus ojos estirando sus cejas para arriba sobre la línea del horizonte queriendo ver todavía sus últimos rayos de luz naranja en el firmamento hasta que, sin más poder, se rindió a la noche; yo también.

 

Y al otro día temprano,

de mi casa yo aguaitando,

la leña ardía prendida,

la abuelita cocinando,

y el viejito cerca de ella,

bien sentado y esperando.

 

¡Parecía “cojú”!

 

Y el burro medio dormido,

primerito que comía,

debajo del tamarindo,

segurito se reía,

llenándose de algarrobas,

que bien se las merecía.

 

¡Otro que parecía “cojú”!

 

¿Si le llovió al viejo esa noche?, claro que le llovió, la abuela lo había jurado, ¡y por su “taita”, que es sagrado! Aunque, por lo visto, ya estaban reconciliados o en proceso todavía.

La viejita lo miraba de reojo por un poco de atención, el viejo ni se importaba, veleto, perdido en sus pensamientos esperaba su café bien cargado y bien caliente como a él le gustaba y sin dejar de tararear, ahora bajito, la cantaleta ¡…y tus ventanas abiertas, y tus ventanas abiertas…!

En su rostro dibujaba una sonrisa que parecía “cojú”, igual que la de su burro. Pero no lo era; igual que la de su burro, sólo parecía.

Se querían, los dos viejos se querían; digo yo. ¿Qué más muestra de amor que la “retafila” de hijos y nietos que tenían?, todos ellos mis amigos, ¡¡mis grandes amigos!!

 

¡¡Gooooooordooo, sala jugaaaaaaar…!!

 

Del corral lleno de nietos me llamaban, “yelSolyastabajuera tragüeltalumbrando y quemando, los "churres" jugando y peleando, los patos, las “gaínas”, el perro durmiendo y…perdón…la nostalgia me mata…no puedo continuar…, estoy llorando...


......................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................................... Este último agosto estuve en Chulucanas y di una vuelta por allí.  La casa no la ubiqué. Ha cambiado toda esa cuadra, ha cambiado bastante, no habían "churres", ni corralones; peor burros. ¿Amigos? ¡Nadie, carajo, nadie! Don Pepito y su mujer, seguro al fondo en la Junín. ¿Dónde estarán? ¡Ni cómo coronarlos!

Caminé por la Cuzco hasta casi llegar al cerro, me pareció cerca, antes eran para mí distancias interminables, será que tenía las piernas un poco más cortas, ¡¡¡también, si ahora la calle tiene asfalto y no hay piedras, más fácil de caminar!!! lo que me asustó porque "redepente" por un momento pensé que habían asfaltado al Ñañañique. ¡¡¡Y hay nubes!!! ¿Nubes?... ¡¡¡Viejo amigo!!!... ¿Viejo amigo..., al fin uno, no te has ido, te me escondes? ¡¡¡Amigo...!!! ¡Fiel amigo...! ¿Te me escondes tras las nubes, tras el cerro, viejo amigo compañero? ¿Enamorando cuando puedes tras las nubes fiel amigo, enamorando a colores con las nubes viejo amigo compañero? ¿Arrancando los colores amarillos escondidos en el suelo de este cerro, chililique, mango verde, oro cobre, Ñañañique?

Me da un tiempo, sale y mira, frente a frente las dos caras rutilantes, extasiadas, encendidas y me dice: "date prisa, tanto tiempo ya ha "pasao", se te va; la noche llega". "La noche llega", asentí. Y agarrando mis alforjas de nostalgias di la espalda, rasgando y masticándolas con calma, como a la cecina, pa' que duren, consumiéndolas de a poquitos y saciarme por un rato para luego querer más.

 

No lo pude evitar,

ya de lejos,

muy de lejos,

de reojo

lo miré;

son sus cejas estiradas para arriba las que veo

encima del horizonte,

enamorando con las nubes,

estampida de amores coloridos voluptuosos,

de esas nubes voluptuosas pespiteando con el Sol;

pespiteando con el Sol,

pespiteando con el Sol...

 

De reojo lo miré,

no lo pude evitar, 

por encima del horizonte

de reojo lo miré,

cuando sombras galopantes de la noche ya rodean

yo le dije hecho el Viejo Don Pepito Pretencioso:

 "Num burrito cabalgando,

   notro agosto volveré"

 

 

MARIO MARCELO SALDAÑA RUESTA

 

 

"NO VIAJES AL PASADO, QUE DUELE" (Pablo Picasso)