29 jun 2024

LAS CHALACAS

 

A mi prima Mechita 


Uno o dos de los muchachos comandaban la patrulla, los otros detrás de ellos en obediencia sumisa recorríamos las calles como bandada de güerequeques, en fila, casi volando, sin tocar el suelo y así soportar la tierra y por ratos algo de asfalto tan calientes; parecíamos sin rumbo, aunque sabíamos qué ruta tomar hacia la Plaza de Armas en donde Dn. Willo acomodado en su triciclo y sabiendo que de todas maneras llegaríamos espantaba las avispas y abejas que querían invadir los corchos en las botellas llenas de deliciosos y dulces jarabes que él mismo preparaba para acompañar las raspadillas de hielo que vendía.

El sudor que empapaba nuestros cuerpos como una lluvia de sal se refrescaba en el delicioso oasis bajo los frondosos árboles de tamarindos, ficus y algarrobos que en esos tiempos invadían la plazuela en donde jóvenes y viejos reposaban sentados en sus bancas como aguaitando al infinito, pensando bajo las sombras, en silencio, sin hablar, mirándose de vez en cuando unos a otros sin emitir palabras, pensando y conversando sólo con gestos y afirmando sus pensamientos con un áspero y grave raspar de sus gargantas.

Dn. Willo vendía sus raspadillas raspando el hielo hasta rellenar con exagero la cuba del cepillo metálico de donde antes de retirarla compactaba la nieve con la mano y luego la rociaba con el jarabe preferido, más dulce que cualquier miel. Aunque los de cola y piña eran deliciosos yo prefería el de tamarindo, de a peseta que llevaba más jarabe que de a real. Las cepillaba rápidamente y entregaba a cada uno y antes que se derritan con el calor de nuestras manos reiniciábamos la carrera a no sé dónde, saboreando sin dejar caer ninguna gota al suelo, aunque cada uno chorreando el jarabe hasta los codos. Llegábamos al final de la carrera a tirarnos boca arriba en la vereda de la casa de alguno del grupo donde deleitándonos con el dulce potaje, así acostados hablábamos de todo, quizás repasando una película o haciendo planes para mañana jugar pelota en el Pasaje o ir al Ñañañique, al río Grande o al Chiquito o a dónde sea. Al rato casi dormitando nos quedábamos inmóviles con la mirada perdida al  infinito, pensando bajo las sombras, ahora en silencio, sin hablar, mirándonos de vez en cuando unos a otros sin emitir palabras, pensando y conversando sólo con gestos y afirmando los pensamientos con agudos tintineos de nuestras edulcoradas risas y con la única máxima preocupación de saber contando cuántos eran los huacos de las incalculables bandadas que a esa hora planeaban la ciudad "muchisisisísimo" más alto que las nubes. Luego... a lo lejos los silbidos, nos están llamando; sin decir palabra cada uno continuaba embalado su carrera rumbo a casa sorbiendo sin cansancio de las puntas de los dedos las últimas gotas de la chalaca derretida.

Al otro día la bandada de güerequeques nuevamente recorría por las calles en busca de Dn. Willo debajo de las sombras de los tamarindos, ficus y algarrobos que embellecían aún más nuestra hermosa Plaza de Armas, nuestra ciudad y nuestras vidas.

 

Mario Marcelo Saldaña Ruesta

Julio 2024

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