5 jul 2023
API BELDI YUYU (CUANDO CUMPLÍ 60)
A veces, o casi siempre, o siempre, estamos pidiendo a Dios, seamos honestos, aunque no creamos en su existencia, en son de caprichoso y aburrido reclamo más y más de lo que tenemos sin importarnos y sin darnos cuenta que la mínima parte de lo que nos rodea es suficiente para hacer feliz a un ayaymama.
¿Cómo no estar agradecido a ÉL mirando y sintiendo a mi lado a una hermosa e incansable esposa que me soporta casi 30 años y que es la artífice de mis más que logros levantadas de caídas a quien debo no se cuántas "gracias Mena"; cómo no estar agradecido a Dios por mi hijo Renato y por mi hija Claudia quienes aún demuestran que me aman soportando mi falta de cariño que a pesar que yo creo que es el suficiente no lo es para compensar y siquiera igualar al que ellos me tienen; cómo no estar agradecido por mi Padre que a sus 87 años y acompañado de su inseparable Pilar, aún se dan el gasto de hacer un viaje tan largo sólo para venir a visitarme y saludarme en esta fecha onomástica; cómo no estar agradecido a Dios por mi madre que por su bendita Gracia me ha dado dos; cómo no estar agradecido con mis hermanos a quienes siempre les faltará espacio para acomodar en sus cuartos a mis amados, hermosos, bulliciosos y pegajosos sobrinos que así es como me gustan; cómo no estar agradecido por mis cuñados que por obra milagrosa se mezclan nuestras sangres; cómo no agradecer a Dios por mi familia con quienes compartimos nuestras carnes; cómo no agradecer a Dios por mis amigos y más que todo por darles el coraje a ellos, Ustedes, de continuar considerándome como tal a pesar de cómo soy y cómo no les retribuyo a su amistad; cómo no agradecer a Dios por los años pasados, por los lugares recorridos, suelos ajenos amados, almohadas empapadas de sudor y llantos, pechos y hombros mojados de risas y cantos de amigos y amigas que el tiempo y memoria han querido borrar que aún conservan su existencia en lo más profundo del recuerdo y agradecimiento a quienes tendieron su mano amiga para servirme muchísimas veces o casi o todas la veces en bandeja de plata lo todo que ellos podían ofrecer que son deudas no pagadas que aún tengo y que permiten a mi conciencia estrellar un pastelazo en mi cara con un "paga la cuenta sinvergüenza y anda sirve y da y retribuye cuando otros necesiten"; cómo no agradecer por los desiertos recorridos y vividos, por los Andes y serranías que me dieron educación, suspiros y reposo, por las selvas y florestas llenas de vida y sonidos inimaginables que llenaron y aún llenan mi olla día a día; cómo no agradecer a Dios por mi trabajo, con el poder aún mover mis adoloridos dedos para aliviar otros dolores, estar agradecido por muchos y perdonado por otros por mi mal genio y mal carácter o por una que otra alveolitis inoportuna de vez en cuando que con otro pastelazo en la cara me hace ver que nadie es perfecto y que me hace asegurar como náufrago que se ahoga otra vez, de nuevo, de la Mano del Creador.
Hace poco leí de mi amigo Nardo Aquiles Iñiguez al cumplir 60 añujes, que había llegado al 6to piso de un edificio. Ahora lo mismo digo yo, he llegado al 6to piso de este gran edificio que no sabemos cuántos tiene y menos aún cuántos nos será permitido subir, por la escalera, a un mismo ritmo de tiempo, con diferente resistencia de nuestros cuerpos, al inicio corriendo y queriendo llegar lo más rápido lo más alto posible y que ahora mirando por el borde prefiero continuarlo más despacio. Este edificio alto que al inicio nos parece tan alto que ni siquiera pensamos en su azotea no tiene ascensor, cada quien lo sube como puede, los escalones ya subidos los quieres bajar y no te es permitido, por más que te esfuerces no puedes. Te es permitido sólo mirar, ya no tocar, de algunos pisos aún percibes su aroma, de otros aún oyes el eco de tus sollozos y aún lees el pentagrama de tus risas. Los escalones que aún faltan sabes que pueden estar ahí, pero sólo ves la punta de tu pie, a veces descalzo, otras de tu zapato, lista para pisar y tienes que hacerlo, pisar y pisar porque no te es permitido parar ni descansar.
A veces pienso que este edificio no tiene azotea hasta pararme frente al espejo de mi inocencia y ver que soy humano, que yo soy débil, y aspirando profundamente anhelar que sí, que este edificio tiene una azotea grande y espaciosa donde llegaremos algún día donde otros ya han llegado y que ahí nos encontraremos para todos reunirnos; y más aun ahí en el centro con una sonrisa enorme y con sus manos afectuosas extendidas para un abrazo, esperando, el Dueño del edificio.
Hoy, mejor dicho desde el 2 hasta hoy (otra historia larga que contar) he llegado al piso 6 de este edificio. Sexto piso, aún miro y veo hacia abajo, aspiro sus aromas, oigo mis sollozos, leo y escucho el pentagrama de mis risas, aunque quiero no puedo bajar, no me es permitido, miro la punta de mi ahora calzado, y aún veo y siento el borde del escalón que sigue y, necio, quiero parar a descansar y no puedo, y sigo pisando y subiendo...
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